POR NORBERTO HERNÁNDEZ BAUTISTA
Esta vez me dirijo a mis ocho lectores. Algunos de ellos me han preguntado —hecho que agradezco— si va a haber alianza en las elecciones para gobernador del 2023. La respuesta es por demás sencilla: la política es de alianzas, es su razón de ser; algunas de ellas son duraderas, otras desaparecen tan pronto cumplen el objetivo que les dio origen, otras dejan de tener efecto cuando fracasan. En general, no existe el ejercicio de la política sin aliados.
Si la duda es por el evento mexiquense más significativo de las últimas nueve décadas, debo simplificar la respuesta a que sí, efectivamente habrá alianza. De hecho, desde que tuvo lugar la alternancia en el poder público a nivel local, las alianzas existen. Muchas veces, la construcción de las alianzas sirvió para empoderar a un líder en particular, fortalecerlo y encumbrarlo. ¿Para hacerlo ganar? Desde luego que no, simplemente para tener que negociar con un solo individuo y no con todos a los que representa. Así se construyeron liderazgos políticos opositores en el Valle de México y en el Oriente del Estado.
Estas alianzas fueron como las reformas electorales. Tenían un contenido de apertura, de avance y de acceso al poder político de las oposiciones, pero su diseño en ningún caso —y bajo ninguna circunstancia— ponían en riesgo la continuidad del grupo en el poder, el del denominado grupo Atlacomulco. Más que reducir su dominio, lo ampliaron a partir que la oposición ganó gobiernos municipales.
El grupo apoyó la construcción de sucursales panistas y perredistas en Nezahualcóyotl, Ecatepec, Tlalnepantla, Naucalpan, Texcoco, Izcalli, Tultitlán o Cuautitlán. Fueron municipios, efectivamente ganados por la oposición, pero aliados al grupo en el poder para garantizar su continuidad. La oferta era sencilla. El acceso de estos opositores no comprometía el control político del modelo mexiquense y ellos, los del grupo, respetaban y fortalecían sus liderazgos, ya fueran panistas o perredistas. Una zanahoria sustanciosa es el financiamiento público para los partidos aliados.
Algunos de esos liderazgos se hicieron de una influencia nacional, como los Bautista que controlaron la sucesión del poder público en Nezahualcóyotl por décadas, pero luego dieron un salto para participar en procesos del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en otras entidades, como sucedió en la elección interna del partido en el Distrito Federal, cuando se postuló Marcelo Ebrard Casaubon, en 2006. Otros liderazgos fueron los Durán y sus representados en Naucalpan.
Las alianzas también son internas, y son las más complicadas. Se tiene que ceder más de lo que algunos actores representan, pero es necesario para mantener la unidad. En el caso del PRI, conservaba la unidad política de la sucesión dando a los sindicatos, líderes de comerciantes, al magisterio y grupos políticos locales la titularidad de municipios, diputaciones, sindicaturas, regidurías hasta rutas de transporte y de tianguis. La cosa era que todos estuvieran en calma y, cuando fuera el momento, salieran en la foto.
En el anuncio del destape de Alejandra, parece que no se negoció con efectividad la alianza de la unidad priista. Todos se hicieron la misma pregunta: Si, muy bien; y, ¿Ana Lilia? Todavía más complicado: ¡Si la pusieron a ella, es para entregar el gobierno! Hubo quien se atrevió a señalar que el gobernador fue al Vaticano, ¡porque será su embajada!
Todo eso surgió por la silla vacía. El equipo de Alejandra está obligado a entender la situación y actuar en consecuencia. La primera alianza es la interna; la del PAN y el PRD es una alianza a modo, pero sin peso para ganar. Morena tiene una sola alianza, pero es decisiva: con el Lopezobradorismo.
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