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Ganar el poder



POR NORBERTO HERNÁNDEZ BAUTISTA

Las reformas políticas del país se cimentaron sobre una tendencia conocida en la ciencia política como proceso de liberalización política, en particular en los estudios de las transiciones a la democracia. Esto significaba que cualquier modificación al marco electoral permitía cierto acceso a la oposición a los cargos de elección popular, sin afectar o poner en riesgo la continuidad del grupo dominante. Eran los tiempos del super PRI, del presidencialismo y del dominio de los cacharros de la revolución.


Todas las reformas electorales previas a las originadas en el sexenio del presidente Carlos Salinas de Gortari fueron hijas del México que permitía cierta competencia, pero los participantes nunca podían ganar medalla de oro. Antes de iniciar las justas electorales su máxima aspiración era tener espacios de representación proporcional y estos tenían la limitante de ser solo testimoniales.


Fue conocido que los priistas retaban a los escasos representantes de la oposición: “ustedes tienen la razón, pero nosotros tenemos la mayoría”. Y así fue durante décadas de dominio absoluto del presidencialismo mexicano. Como diría Fidel Herrera, ex gobernador de Veracruz: “era la plenitud del pinche poder” y los buenos tiempos del país del cacique Gonzalo N. Santos, “cuando la moral era un árbol que daba moras” y de don Fidel Velázquez: “aquí nada más hay de una sopa, se la comen o se quedan sin tragar”.


A estirones, conflictos, heridos, presos políticos, asesinatos, violencia, terror, desaparecidos y todas las prácticas de represión del régimen, entre ellas las aprendidas en la escuela de las Américas de lanzar a los jóvenes o líderes opositores al mar desde una aeronave para no dejar huella, la sociedad civil, las organizaciones de lucha, principalmente de la izquierda, lograron reformas político-electorales que hicieron posible pasar de la liberalización a la alternancia en el Poder Legislativo, las presidencias municipales hasta el reconocimiento de las derrotas del PRI en elecciones estatales.


La presión internacional y la firma del tratado de libre comercio obligaron a los presidentes Salinas y Zedillo a concretar reformas con mayor equidad, transparencia y certeza y así fue como la oposición tuvo acceso real al poder público. La alternancia llegó hasta la derrota del PRI en la presidencia de la república. El PAN ganó, los electores dieron su confianza a Fox, lo que se llamó el bono democrático. Luego siguió el sexenio de Calderón.


La alternancia de dos sexenios panistas fueron un fracaso en la historia política del país. Debían combatir los excesos del priismo, de su clase política y lo que representaban, pero no sucedió. Nada cambió para los ciudadanos y sus familias. La arquitectura del poder del viejo régimen quedó intacta. La brecha de la desigualdad social creció y el saqueo de la riqueza nacional se disparó, las élites políticas y empresariales no tenían llenadera.


En el fondo, el problema fue que el PAN ganó el gobierno, pero nunca ganó el poder. Eso no está sucediendo en el sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador y Morena. Esa es la diferencia con los gobiernos de Fox, Calderón, incluso con el de Peña. La oligarquía que era dueña de todo en México pelea duro y con todos los métodos que tiene para recuperar el poder, su frente de lucha por el momento es el Poder Judicial, mañana será otro pretexto.


Morena, militantes y simpatizantes no pueden perder el rumbo. La izquierda y su proyecto, para que tenga continuidad, tiene que ganar el poder. El gobierno ya lo tienen, su última gran victoria fue ganar el Estado de México. La madurez política tiene que ser la guía de las decisiones político-electorales y hacer aliados.

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