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Cambiar ¡y si no quiero qué!


POR NORBERTO HERNÁNDEZ BAUTISTA

La palabra cambio tiene contenidos diversos, según sea el caso, quien recurre a ella tiene la opción de orientar sus decisiones futuras de la mejor manera para decir que cambió. Sin embargo, no para todos funciona igual. En el caso de los partidos políticos, que compitieron y perdieron en las elecciones federales y locales del pasado 2 de junio de 2024, las alternativas tocan puntos extremos y eso quiere decir que para algunos esa opción está cancelada.

 

Para el PRD llegó su final inevitable, para el PRI está cerca de ocurrir. Este histórico partido ha llegado al punto donde cambiar tampoco es opción. Transformarse, refundarse, modificar su nombre, su logo y hasta sus colores no son suficientes para rescatarlo como opción política en la lucha democrática por el poder público. Su problema nace desde el interior. Tuvo la opción de entrar en terapia intensiva, pero siguió caminando con sus vicios internos, incrementados por la personalidad y formas de actuar de su líder nacional.

 

Este dirigente nacional priista es el Milei tricolor. Solo él vio y sigue viendo las cosas bien y en orden; optimista y “echado pa´delante”. Y puede que tenga razón en lo personal; sin ningún mérito, más que los señalamientos de corrupción y escándalos en su carrera política, será senador de la república. Los daños de su proceder se replicaron en los espacios locales, con el consecuente desenlace de un estrepitoso fracaso. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Ese es el PRI, un partido quebrado desde su dirigencia nacional, en las réplicas estatales y municipales; el mal viene desde la cabeza y se extiende hacia todas las estructuras territoriales.

 

Ante lo evidente, sus escasos seguidores se atrincheraron en los beneficios del partido, se apoderaron de los espacios seguros de la generosa representación proporcional y de ahí no se movieron. Antidemócratas, gandallas, aprovechados, cínicos, oportunistas ningún calificativo los ofendió ni fue motivo para que dejaran el hueso. “De aquí no me salgo ni con humo”. La militancia priista, la seguidora fiel, ideológicamente formada, la de lucha resintió el daño que su dirigente nacional provocó al partido que siempre siguieron, al que defendieron y al que siempre fueron leales. La vieja militancia se resignó, la más joven migró o voto por Morena, institución con la que tienen más coincidencias ideológicas y políticas.

 

El movimiento de Andrés Manuel López Obrador desfundó al PRD, una institución que se entregó a los usos y costumbres del viejo régimen; le funcionó por algunos años. Ganaron poder y su derecho a estar en las negociaciones políticas con el presidente Peña. Todo era ficción, no tenían base social ni representaban a nadie más que a ellos mismos. Desaparecieron, nadie los va a extrañar ni sus escasos militantes. Ese mismo movimiento ha desintegrado al PRI, no tanto por interés de la 4T, su descomposición es orgánica y esa no tiene remedio. Solo falta que pierdan el registro, porque como partido ya no existen.

 

Quienes sean sus legisladores en el orden federal y local, incluso sus representaciones plurinominales en los ayuntamientos, actuarán como agentes individuales; no tendrán a quién seguir ni que partido defender. Todavía tienen recursos de orden jurídico que los define como partido político, solo que carecen de causa y sin causa no hay movimiento ni partido. Tendrán acceso a millones de recursos públicos, pero la marca de la casa es que eso no baja a los comités y estructuras territoriales, se queda arriba, en la cúpula dirigente a quien la militancia nada o poco importa.

 

El modelo PRI se agotó, el Milei tricolor fue su enterrador.

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Por: Juan Gabriel González Cruz

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